La hacemos un poco difícil, la vida puede ser más sencilla, no cansaba de taladrarse la cabeza Soledad que no estaba sola, que era novia presente y futura y soñaba con la luna un día de compromiso; aunque, a veces, creyera que la querían ver «de negro siempre enlutada, / muerta entre cuatro paredes / y con un velo en la cara». El luto que creía que le buscaban le hurgaba el alma hasta rompérsela en pequeñas astillas que se deshacían por sus mejillas.
La revista de novias le llegaba todos los meses para hacer la tan ansiada crítica despiadada y destructiva que buscaba una perfección tan apetecible, pero, a la vez, inexistente. Soñaba con la revista en sus manos, aunque sabía que la realidad, lo que en términos actuales se denomina economía, situaban ese futuro un tanto lejano, lo que no quería decir imposible. Con su sonrisa afable y su locuacidad de siempre, le dijo a Libertad que, en términos generales, estaba bien, pero que había diseños que eran puro objeto, un arte que se involucraba poco con lo posible. Libertad asentía porque sabía que, por un lado, la revista mostraba arte, pero que, también, tenía que ser mucho más que un sueño que no podría plasmarse, que había novias que no podrían pagar esos trajes. Soledad se desvió con palabras hacia Banfield, su patria, su infancia, quiero volver, no me gusta el centro, no me hallo, mis amigos, mi escuela, mi aire, mi todo, ¿entendés? Es difícil alejarse del lugar, de tu lugar, parece que ponés un corte con tu pasado, el patio y los juegos permanecen ahí.
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