Su tejido crece mucho. Parece increíble, hace poco tiempo que aprendió a tejer. Tiene seis, no, tiene cinco años, por ese motivo, aún no va al colegio de monjas, sino al municipal. Ese colegio que no tiene inodoros, sino letrinas, motivo por el cual aguanta toda la mañana las ganas de ir al baño porque tiene miedo de resbalarse y caer allí dentro. Pero volviendo a este día, faltó, quizá por pereza, y se quedó en la cama con mamá. Ojalá algún día pueda ser tan alta como ella, piensa, y la altura tiene que ver con toda su grandeza. En la niñez, se ve desde abajo y con amor, luego, quizá se siga viendo con amor, pero no desde abajo. Ella le enseña cómo tejer, cómo producir con sus propias manos. Parece increíble que su tejido crezca tanto, y su hermana le hace ver que no es ella quien lo hace, sino mamá. Es increíble, claro, pero es verosímil.
Fue, quizás, la primera ficción que le regalaron, la primera que creyó. Mamá sabe contar historias, aunque nunca las cuente. Pero el tejido se expande, se expande como toda buena historia.
Fue, quizás, la primera ficción que le regalaron, la primera que creyó. Mamá sabe contar historias, aunque nunca las cuente. Pero el tejido se expande, se expande como toda buena historia.
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