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Como toda buena historia, se expandía la idea fomentada desde la revista. Los números se agotaban y era necesario aumentar la tirada. El número tres estaba en marcha: Soledad que no estaba sola era la que dirigía este número. Últimamente, el trabajo editorial se resolvía de este modo: el que aportaba la idea era el encargado de llevarla adelante hasta las últimas consecuencias. Lo más llamativo era que empezaba a trascender fronteras, en España, se organizaba la pasarela Cibeles que llevaría como lema «El retablo de las maravillas». Pensaban hacer desfilar, no a modelos con diseños de última moda, sino a las novias que se hubieran casado con moda Emperatriz, mostrando sus propios diseños. Sin embargo, Libertad les pidió que aclararan cuál era el espíritu de esta moda, y que se dijera que no se iban a contar mentiras, ni a vender ilusiones que se esfumaran; por el contrario, se proponía construir el sueño con la realidad posible.

Soledad que no estaba sola les mostró su sábana que ya no era blanca. Había pintado en ella algunos duendes, símbolos de la paz, rayuelas y todo tipo de figuras abstractas. Les dijo que se había acordado de su guardapolvo de séptimo grado, ahora sólo le faltaban las firmas de quienes más quería. Ya había pensado en el pelo, dijo que lo llevaría suelto como lo hacía usualmente, así soy yo, dijo, y las uñas me las voy a pintar con témperas, y me voy a poner los aros más grandes que encuentre. ¿Y en los pies?, preguntó Sofía. Pienso ir descalza.