A su Romeo, lo amaba, aunque en general deseara matarlo. Soledad estaba nerviosa porque faltaba poco tiempo y, cuando se diera cuenta, su vestido también sería parte del pasado. Les contó a sus amigas que su santo caballero andante también deseaba pensar su vestuario. Ella no estaba muy de acuerdo porque eso podía complicar su economía, pero él decía que no quería nada extravagante, sino algo que hablara de él. Es cierto, había dicho en broma que iría con una hoja de parra porque donde ella estuviera allí estaría el Paraíso. Vos sos mi Oriana, le había dicho, y, por lo tanto, debería ir en cueros a hacer piruetas de loco enamorado, pero como tampoco puedo, había agregado, pienso cómo vestiría un caballero andante de hoy, descalzo y con las manos sin armas porque el poder no estaría en su brazo, sino en su palabra, de blanco en nombre de la paz y con un clavel rojo en la mano que reclame y pida paz y libertad.
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