Por fin, logra quitarse la venda. Toda una vida sin ver es mucho tiempo, es toda una vida. Parpadea varias veces, aprender a ver y acostumbarse a la luz le cuesta. No sabe observar, es un beneficio que le ha sido negado. Deja de ver las sombras de su propia caverna, de su propia existencia y empieza a discernir seres, objetos y realidades, aunque no sin la dificultad propia de quien aprende a hacer algo por primera vez. Pasea sus ojos descubriendo el mundo y un dolor en su muñeca le recuerda que siempre tuvo que sostener, como Atlante el mundo en sus espaldas, una balanza. La observa con atención y algo no funciona. Su fiel está falseado. Algunos aprovecharon su vida en las sombras para engañarla y hacerle creer que ambos lados estaban nivelados. Pero no, quienes se llamaban a sí mismos nobles, no lo eran, la habían engañado. Mira, entonces, hacia adelante profundamente triste y percibe que fue cómplice de ultrajes y torturas, de vejaciones y estafas... en fin, de sus propios ojos tabicados y de su propio sometimiento y desaparición.

Una lágrima, por su rostro, rueda entonces. Sostiene su mirada al frente como quien no ha perdido su dignidad, aunque se la hayan robado y, entonces, cierra los ojos y, sinceramente,

llora.