Él quería volver el tiempo atrás, detener el instante, prolongar el pasado en un eterno presente. Pero, cuando ella logró congelar el tiempo, fue demasiado tarde para él. El segundo más hermosamente eterno no lo involucraba, estaba su sombra guardada entre papeles y el rumor de la gente y la silueta que se recortaba en el fondo era otra completamente distinta. Los hechos se sucedieron como por arte de magia o, mejor dicho, como por arte del tiempo. Eso tan relativo entre lo eterno y lo efímero, tan sujeto a la felicidad.
El presente se había vuelto más importante y no importaban las cadenas que ataran a esos ojos porque el brillo de su mirada ya le pertenecía y, aunque él no quisiera reconocerlo, en lo profundo ella lo sabía.
El futuro los separaría, pero el tiempo gana, corre, se detiene, descansa, suspira, se ahoga por el cansancio, hasta que decide reposar entre dos brazos y eternizarse hasta el fin de los tiempos.
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