Ensonnacionesmarianas es un blog abierto a la reflexión propia y ajena sobre cualquier tema sobre el que deseemos pensar. El ensueño tiene que ver con la idea antigua del sueño como camino al conocimiento (por ejemplo, El primero sueño de Sor Juana).

F(h) Consultora en PYMES y ONGs

jueves, 13 de mayo de 2010

Pídele un deseo al mar

La sal le escocía los labios y le irritaba los ojos. No estaba acostumbrada ni a eso ni a la suave brisa de la costa. No era de allí, lo suyo eran los verdes y rojos del paisaje, las ramas de los árboles, el polvo del camino, el sol radiante en el rostro, los cuentos de la selva. Sus labios conocían el agua dulce, imaginaba ese río como un mar y la otra costa era el infinito.

Fue navegando con barquitos de papel y poco a poco se perdió en la inmensidad. Los colores cambiaron, el gris del cemento le invadió la piel, el humo negro de los autos, el ruido de las chicharras cambió por el de las bocinas. Si antes amaba su árbol, ahora había convertido su departamente en un refugio similar. Lo suyo no eran las sociedades grandes, le gustaba abstraerse en su mundo e imaginar que regresaba caminando descalza y sentir la sensación del calor de las baldosas de la calle quemando la planta de sus pies.

La arena se los había quemado un poco esta mañana. No le pertenecía al mar, aunque sí a los trópicos. No le gustaba el mar. La asustaba tanta inmensidad. El río nos muestra la otra orilla siempre, sabemos qué hay del otro lado, aunque nunca lleguemos. Lo único que le pertenecía en este lugar eran esas tormentas en que viene el fin del mundo y que duran solo cinco minutos. ¿Qué habrán sentido los primeros europeos que pisaron estas tierras al sentir la lluvia caer como si fuera un mundo en sus espaldas? A lo mejor, lo mismo que ella sintió al tener que dormir la primera noche en un lugar en que los ruidos de la calle se colaban por su ventana. Ese lugar no era suyo. Lo único que la reconfortaba era ese instinto que aún conservaba de poder anunciar una tormenta tropical, en un lugar que no lo era, por el olor y la sensación en el aire. Amaba volver a sentir eso en la piel. Aunque llevara más de veinte años allí, sentía un dolor en los pies por no poder andar sin calzado.

Como ahora, frente al mar. Lo miraba y, en la noche, parecía una boca negra. Pero los fuegos artificiales llenaban de color la noche. Y se acercó con las flores en la mano para hablarle dulcemente al oído a su diosa Iemanjá. Y, aunque el mar la asustara, con cada ola le susurró al oído aquello que esperaba y, aunque parezca mentira, se lo fue llevando poco a poco con el aire y el agua de lluvia.

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