Cuando era chica, me encantaba pasear por Buenos Aires con mi papá porque siempre me contaba historias, sobre todo, en Avenida de Mayo que, para los gallegos, es nuestra segunda casa. Siempre pensé que llegar a viejo era poder contar cosas que ya no había en la ciudad y de las que sólo nuestra memoria era testigo. Y mi papá es el más porteño de los porteños, aunque sea gallego, bien dicen que Buenos Aires es una provincia más de Galicia.
Estando en primer año, vi por la ventana que daba a Callao cómo se construía un edificio en la calle Corrientes con la profesora Chiambretto haciendo comentarios sobre eso. Más tarde, me di cuenta de ser grande cuando esa ventana dejó de existir y, en su lugar, edificaron un edificio espejado. Mi colegio no era más mi colegio, ahora, sólo la memoria podía narrarlo.
Sin embargo, ayer, llegué a la conclusión de que llegar a viejo es otra cosa, es cuando convierten en museo un lugar al que fuiste a bailar. Le comenté a mi papá que el Museo de la inmigración gallega tiene una biblioteca y me preguntó que dónde estaba. Le respondí que en la calle Chacabuco. Y me dijo "sí, en la Federación gallega, ahí iba a bailar yo".
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