Entre las manos, lo sostenía y no podía entender qué sucedía. Llamó a Luciana, a Soledad y a Sofía y les mostró su tejido. Luciana le dijo no puedo creer que nos hayas hecho venir un día de lluvia como el de hoy para ver eso sin terminar. Sí, dijo Soledad, dice la televisión que vienen grandes inundaciones y que los satélites muestran que grandes porciones de nuestro territorio están desapareciendo. Sofía dijo que, de cualquier manera, era posible volver a dibujar esas regiones una vez que las aguas comenzaran a bajar, siempre y cuando los científicos comprobaran que no bajaban turbias.
Pero volviendo a nuestro tema, dijo Luciana, ¿es posible que con este día nos hicieras venir para ver eso? Es que es algo increíble, decía Libertad. Desde el sábado a la noche, después del partido de fútbol, que trato de terminarlo. Cuando estoy por la última vuelta, caigo rendida en un sueño profundo. Todas las noches tengo el mismo sueño. En él, Gabriel aparece recostado boca arriba en la parte izquierda de mi cama, la que da a la ventana. Tiene los ojos fijos en el techo y permanece inmóvil. No está muerto, aunque pareciera estarlo. Digamos que tiene la postura y la mirada que adoptó el cuerpo del Che Guevara en la foto que congela su muerte. Todas sus articulaciones, las de Gabriel claro está, aparecen revestidas por placas metálicas del ancho de una lima de uñas. Lo curioso es que, a su lado, del lado derecho de la cama, estoy yo recostada, acodada sobre el brazo izquierdo, cuya mano sostiene mi cabeza. Lo miro fijamente. La escena es estática, el único movimiento que se intuye, aunque no se realiza, es el de mi mano derecha, que sostiene un frasquito de aceite para máquinas de coser para ponerle en las articulaciones de las placas metálicas cuando éstas se secaran. Unas voces en off reponen un diálogo entre su mamá y yo. ¿Por qué debo ponerle el aceite? Porque tiene ese mal desde chico, no es que nunca haya podido moverse, pero, cerca de los cuatro o cinco años quedó así. Dicen los médicos que éste es el único tratamiento posible, tené paciencia. Mientras, la imagen sigue fija y el único movimiento real que sucede son las lágrimas cayendo por sus mejillas.
¿Y qué tiene que ver?, preguntó Luciana. Que, luego del sueño, despierto y veo que mi tejido está nuevamente por la mitad, así como está ahora y el hilo destejido permanece en el ovillo como si nunca lo hubiera usado.
Hubo un silencio que inundó la sala hasta que Sofía recordó que esa misma noche de sábado fue que empezaron estas grandes tormentas.
Pero volviendo a nuestro tema, dijo Luciana, ¿es posible que con este día nos hicieras venir para ver eso? Es que es algo increíble, decía Libertad. Desde el sábado a la noche, después del partido de fútbol, que trato de terminarlo. Cuando estoy por la última vuelta, caigo rendida en un sueño profundo. Todas las noches tengo el mismo sueño. En él, Gabriel aparece recostado boca arriba en la parte izquierda de mi cama, la que da a la ventana. Tiene los ojos fijos en el techo y permanece inmóvil. No está muerto, aunque pareciera estarlo. Digamos que tiene la postura y la mirada que adoptó el cuerpo del Che Guevara en la foto que congela su muerte. Todas sus articulaciones, las de Gabriel claro está, aparecen revestidas por placas metálicas del ancho de una lima de uñas. Lo curioso es que, a su lado, del lado derecho de la cama, estoy yo recostada, acodada sobre el brazo izquierdo, cuya mano sostiene mi cabeza. Lo miro fijamente. La escena es estática, el único movimiento que se intuye, aunque no se realiza, es el de mi mano derecha, que sostiene un frasquito de aceite para máquinas de coser para ponerle en las articulaciones de las placas metálicas cuando éstas se secaran. Unas voces en off reponen un diálogo entre su mamá y yo. ¿Por qué debo ponerle el aceite? Porque tiene ese mal desde chico, no es que nunca haya podido moverse, pero, cerca de los cuatro o cinco años quedó así. Dicen los médicos que éste es el único tratamiento posible, tené paciencia. Mientras, la imagen sigue fija y el único movimiento real que sucede son las lágrimas cayendo por sus mejillas.
¿Y qué tiene que ver?, preguntó Luciana. Que, luego del sueño, despierto y veo que mi tejido está nuevamente por la mitad, así como está ahora y el hilo destejido permanece en el ovillo como si nunca lo hubiera usado.
Hubo un silencio que inundó la sala hasta que Sofía recordó que esa misma noche de sábado fue que empezaron estas grandes tormentas.
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