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Había llegado, finalmente. Soledad no lo podía creer y saltaba sin parar debido a la emoción que Ulises le generaba. Libertad le había contado que venía de mares lejanos, no tan lejanos, en realidad, venía del sur de España. Había vivido en diversos lugares como Nueva York, Francia y diversas ciudades de Brasil. El último año, se le había ocurrido hacer un viaje económico en barco y, dos semanas atrás, había quedado encallado en el puerto de Buenos Aires. No era ésta una parada planeada, sino obligada, ya que el barco había sufrido una avería y debían permanecer un tiempo en la ciudad. A Ulises, no le había importado porque amaba viajar. A Libertad, tampoco por lo que decidió interrumpir su tejido por ese tiempo. El hablaba un español con acento andaluz y abundante seseo y, a ella, le pareció que eso lo hacía más lírico. Él le preguntó qué harían y ella por primera vez decidió no planificar.

Soledad le dijo que pensara en su vestido, pero Libertad rechazó la idea rotundamente. El decidió regalarle la imagen de la Virgen del Carmen que fue quien lo había conducido hasta allí. Ella la llevaba en el cuello para pensar más seguido en el mar.

Santiago le preguntó a Ulises cómo era su escudo de armas y Ulises no comprendió, Libertad le explicó y Ulises dijo que no poseía, que su familia no era de dinero, que la historia no la recordaba, que los que tenían orígenes pobres no tenían genealogías individuales sino grupales, que a los árboles genealógicos los construía el dinero.